Humillados y ofendidos
- Sí, Vania, le amo locamente repuso, pálida de dolor y de angustia.- A ti no te he querido jamás así. Ya se que he perdido la cabeza, que no debería amarle. Comprendo desde hace mucho tiempo, y hasta en los momentos mas felices, que solo me esperan el dolor y el tormento; pero ¿qué puedo hacer, si las penas que me llegan de el se convierten en felicidad? Se anticipadamente lo que me aguarda y lo acepto. Me ha jurado amor eterno, me ha prometido mil cosas, y yo no creo en ninguna de sus promesas; no las creo no las he creído, y eso que estoy convencida de que no miente, de que es incapaz de mentirme. Sinceramente le he dicho que no quiero ligarle a nada; soy la primera en odiar los lazos. Soy feliz siendo su esclava, su esclava por mi voluntad; quiero sufrirlo todo por el a cambio de que el este conmigo y yo pueda mirarme siempre en sus ojos. Creo que incluso llegaría a consentirle que amase a otra, siempre y cuando pudiera yo permanecer siempre a su lado... ¡Que bajeza!, ¿verdad? grito súbitamente, mirándome con ojos inflamados de locura. - ¿No es vil este deseo? Ya se que lo es, Vania, pero si me abandonara, correría detrás de el hasta el fin del mundo
, aunque me rechazase, aunque me arrojase de su lado como a un perro. Tú me dices que renuncie a mi propósito, que me vuelva atrás. Pero ¿de que serviría? Mañana me lo ordenaría el, y mañana iría; no tendría mas que llamarme con una voz, con un silbido como a un perro, y yo le seguiría
¡No temo las penas si vienen de el! ¡Sabré que es por el por quien sufro! ¡Ay Vania, que vergüenza me da esto que digo!
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